Tempo gris
Horizontes
Mirar, experimentar, sentir…. todo esto y más se esconde bajo la propuesta de Juan Adrio, bajo la percepción de una naturaleza que nos empequeñece ante su dimensión, pero sobre todo, ante la magnitud de su belleza y sus ocultas evocaciones. Juan Adrio nos coloca ante esos miradores en que se convierten cada una de sus imágenes, para que nos demos cuenta de lo que se abre ante nosotros, pero también para abrirnos hacia nosotros mismos.
En una primera serie de imágenes, pertenecientes al proyecto ‘Finisterrae’ el autor juega con la amplitud de mares y cielos, para que desfilemos por unos horizontes cuya línea parece difuminarse en esa lucha de territorios planteados por mareas y nubes, una experiencia surgida de la visión del artista, pero que se traslada a nosotros desde ese punto de vista en el cual nos coloca, como si nosotros mismos fuésemos los que accionásemos el disparador de la cámara en la conquista de ese instante deseado. Instantes como los que se suturan sobre un lienzo para sintetizar esas miradas fragmentadas desde la costa en una suerte de recuperación de la memoria vivida a la hora de conseguir cada una de esas imágenes que ahora, unidas, configuran una única mirada. Y por último… las palabras. Asomados a esos vastos horizontes quizás lo que menos sintamos sea la necesidad de pronunciar palabras, absortos como estamos ante el espectáculo propuesto, de ahí que el silencio parezca formar parte de aquellas imágenes pertenecientes a la primera de las series, pero las palabras buscan su lugar y el efecto logrado por Juan Adrio en la tercera de esas variaciones paisajísticas las hace emerger de esos fondos de cielo y mar planteados ambos desde una premeditada medida. Palabras que bucean en el interior del ser humano aludiendo a su relación con el mundo, con aquello que le rodea, y que normalmente permanece alejado de esa naturaleza tan fascinante como abrumadora. ¿En algún momento podrán casar ambas realidades? Es posible que solo el arte con su capacidad de sugerir y de sintetizar percepciones sea quien de lograrlo, de permeabilizar ambas situaciones para que confluyan en una experiencia visual como la aquí propuesta.
Actualiza Juan Adrio de esta forma o formas la percepción romántica de la naturaleza que, durante dos siglos, lleva prendida en la historia del arte. Aquella visión cauterizada a través de una presencia humana ante la ingravidez crepuscular se sustituye ahora, pensemos en la recurrente visión para estos casos de la obra de Caspar David Friedrich, por nuestra mirada, por la percepción directa de una naturaleza exhibida en momentos de tensión, en agitadas situaciones que derivan en descubrimientos como los aquí presentados. Reactiva Juan Adrio aquella tarea básica del artista romántico descrita por Rafael Argullol en el imprescindible ‘La atracción del abismo’, como la “liberación de la potencia poética oculta que es el inconsciente”. Bien sea desde la contemplación directa de la naturaleza o a través de la sublimación de esos pensamientos interiores, nuestro protagonista se sumerge en las sombras, las de allí y las de aquí para, como consigue con sus horizontes, disolver esa fina línea que separa ambas realidades con el fin de “indagar en la torrencial riqueza de las sombras”, retomando de nuevo las palabras del filósofo y profesor de Estética.
Ramón Rozas Domínguez
Mirar, experimentar, sentir…. todo esto y más se esconde bajo la propuesta de Juan Adrio, bajo la percepción de una naturaleza que nos empequeñece ante su dimensión, pero sobre todo, ante la magnitud de su belleza y sus ocultas evocaciones. Juan Adrio nos coloca ante esos miradores en que se convierten cada una de sus imágenes, para que nos demos cuenta de lo que se abre ante nosotros, pero también para abrirnos hacia nosotros mismos.
En una primera serie de imágenes, pertenecientes al proyecto ‘Finisterrae’ el autor juega con la amplitud de mares y cielos, para que desfilemos por unos horizontes cuya línea parece difuminarse en esa lucha de territorios planteados por mareas y nubes, una experiencia surgida de la visión del artista, pero que se traslada a nosotros desde ese punto de vista en el cual nos coloca, como si nosotros mismos fuésemos los que accionásemos el disparador de la cámara en la conquista de ese instante deseado. Instantes como los que se suturan sobre un lienzo para sintetizar esas miradas fragmentadas desde la costa en una suerte de recuperación de la memoria vivida a la hora de conseguir cada una de esas imágenes que ahora, unidas, configuran una única mirada. Y por último… las palabras. Asomados a esos vastos horizontes quizás lo que menos sintamos sea la necesidad de pronunciar palabras, absortos como estamos ante el espectáculo propuesto, de ahí que el silencio parezca formar parte de aquellas imágenes pertenecientes a la primera de las series, pero las palabras buscan su lugar y el efecto logrado por Juan Adrio en la tercera de esas variaciones paisajísticas las hace emerger de esos fondos de cielo y mar planteados ambos desde una premeditada medida. Palabras que bucean en el interior del ser humano aludiendo a su relación con el mundo, con aquello que le rodea, y que normalmente permanece alejado de esa naturaleza tan fascinante como abrumadora. ¿En algún momento podrán casar ambas realidades? Es posible que solo el arte con su capacidad de sugerir y de sintetizar percepciones sea quien de lograrlo, de permeabilizar ambas situaciones para que confluyan en una experiencia visual como la aquí propuesta.
Actualiza Juan Adrio de esta forma o formas la percepción romántica de la naturaleza que, durante dos siglos, lleva prendida en la historia del arte. Aquella visión cauterizada a través de una presencia humana ante la ingravidez crepuscular se sustituye ahora, pensemos en la recurrente visión para estos casos de la obra de Caspar David Friedrich, por nuestra mirada, por la percepción directa de una naturaleza exhibida en momentos de tensión, en agitadas situaciones que derivan en descubrimientos como los aquí presentados. Reactiva Juan Adrio aquella tarea básica del artista romántico descrita por Rafael Argullol en el imprescindible ‘La atracción del abismo’, como la “liberación de la potencia poética oculta que es el inconsciente”. Bien sea desde la contemplación directa de la naturaleza o a través de la sublimación de esos pensamientos interiores, nuestro protagonista se sumerge en las sombras, las de allí y las de aquí para, como consigue con sus horizontes, disolver esa fina línea que separa ambas realidades con el fin de “indagar en la torrencial riqueza de las sombras”, retomando de nuevo las palabras del filósofo y profesor de Estética.
Ramón Rozas Domínguez